Si no llevo mal la cuenta hacen tres años desde que escribí este post. Lo de que estoy seguro es que hacía un día de lluvia, como hoy. Pero no estaba en Barcelona, estaba en mi pueblo en el norte de Italia. Y no era un día de otoño, sino un día de primavera. El post original se llama Una giornata non del tutto anomala y lo podéis encontrar en este mismo blog. He aquí la versión en español de ese texto que acabo de traducir casi de un tirón. Espero que alguien la lea, y que os guste.
Me levanto más tarde de lo que habría deseado, querido, planeado. Llueve, pero no me preocupo demasiado. Voy al lavabo y como siempre, con un reflejo involuntario, se me dilatan las fosas nasales y dejo que se llenen de aquél olor, fuerte pero no demasiado, del orín cuando es oscuro como una birra belga, más cálido que una birra belga, y entumecida y pegajosa me la sacudo y no puedo evitar que alguna que otra gotita de pis acabe en los pantalones de mi pijama.
Cuando voy a la cocina a desayunar encunetro
al Flaco que acaba de levantarse y mientras bebo mi té muy british (eso, mi pis
era tan oscuro y tan cálido como este té, pero no me lo bebería) mientras bebo
mi té muy Ceylon, el Flaco me enseña sus semillas de marijuana geneticamente
seleccionadas que generarían calidades de hierbas con nombres bizarros
(lastima, no me acuerdo de ninguno) y dice que podría contarle a los vecinos
que la cultiba para hacerse infusiones (que se me las imaginos saldrían de un
color verde que cunado mearé de ese color entonces tendré que preocuparme).
Y como cada día llega el momento de pensar en
los horarios: aunque hoy la univesidad está cerrada se me ha ocurrido la
malsana idea de ir a trabajar al call center; que está en Milán, a sesenta
kilómetros de mi pueblo. Así que este es mi plan: cojo el tren desde Mandello a
las 11.31, llego a la estación de Lecco a las 11.45, voy a la biblioteca a
buscar unas pelis, me como un bocado, me fumo un puchito, y cojo el tren de las
12.59 para Milán. Me parece un plan perfecto. Aun no sé que algo no va a
funcionar.
Salgo. Llueve a cántaros, llueve a mares,
llueven perros y gatos.
En la estación de Mandello estámos yo, tres
magrebies y dos señoras mayores. Dos viejas. Una de las dos tiene la barbilla
peluda y habla por los codos. Los moros no hablan, refunfuñan. El viendo mueve
los cipreses y los demás arboles enfermos que tendría que preguntar a mi amigo
Faso como se llaman que él los nobres de las plantas se los sabe todos.
Llego en Lecco. Llueve.
Una vieja debajo de un pórtico me pregunta si
voy hacia Calle Turati y no me lo está diciendo expresamente pero me pide que
la acompañe debajo de mi paraguas, que es un paraguas que apenas me repara a mí
y está doblado en todas las partes que en un paraguas se pueden imaginar
dobladas (el mango, las varillas, todas...) y ahora que lo miro, para que la
vieja también lo mire, me doy cuenta de que es un paraguas muy cutre que lleva
los colores y el logo de un viejo partido político. Y pensado en el viejo
partido político me viene a la mente una vieja canción punk que dice así: no eres de izquierdas, no eres de derechas,
eres del centro, del centro comercial! Y además la vieja esa no es una de
las amables y sonrientes viejitas que con mucho gusto ayudarías a cruzar una
calle traficada. No, esta lleva un abrigo de piel muy pijo y su aliento tiene
ese mal olor que no llega de un disturbio gastríco sino más bien de la
podredumbre de su alma.
La dejo sola con sus bolsas de las compras
llenas de dulces del supermercado (dentro de poco se celebra la pascua, y yo
ando bajo la lluvia).
Voy a la biblioteca, me llevo unas pelis,
vuelvo a la estación por otra calle para no volver a cruzarme con la vieja, me
meto en el bar de los ferroviarios y ahí me siento como en casa.
Pido un bocadillo, me pillo una coca cola, me
dan un vaso que está un poco calentito pero bueno... Cojo el periódico y empiezo
a leer. Tres noticias:
1)El nuevo presidente de la región dice que
hasta que gobernará él estará prohibida la venta de la pildora del día después.
Para mí es sólo un tragasantos tocahuevos agarrado a los dógmas de la iglesia. ¡Qué
agarre una botella de vino y se atragante con ella!
2)Los partidos de izquierdas piden a su líder
que ponga huevos y se haga valer de una puta vez y él contesta con voz pastosa
mascando su puro humedo y maloliente, con una frase algo críptica: “no nos
miremos el obligo”. Bueno...
3)El líder del partido indipendentista del
norte del país ha salido disfrazado de rey de la edad media, y así se ha ganado
la foto en la primera pagina. Y al fin y al cabo su foto con capa e corona no
pintaría mal en la pared de mi casa al lado de la foto de Sid Vicious fumandose
un porro. Sería un buen contraste...
Llega mi bocadillo de jamón dulce, salsa rosa
y queso. Exquisito.
Tomo el café y pago.
Bocadillo más coca cola más café salen cuatro
euros con 50. Es el bar más barato que conozco, por esto voy ahí. Infelices
todos aquellos que van a la fraquicia de al lado.
Infeliz yo también cuando me doy cuenta de
que el tren de las 12.59 para Milán lleva 20 minutos de retraso. Voy a la sala
de espera y me entero de que ahí no hay la pantalla con los horarios sino solo
una pantalla que transmite anuncios publicitarios sin parar, los mismos tres
anuncios repetidos a lo infinito y alguíen se queda embobado mirando la
pantalla comercial y arriesgandose a perder mucho más que el tren para Milán.
Empiezo a sentirme nervioso. La humedad de mis vaqueros empieza a
molestarme. Tengo que irme de la sala de
espera porque no solo no hay la pantalla con los horarios sino que tampoco se
escuchan los anuncios del altavoz. Solo se escuchan los atormentantes anuncios
publicitarios. Siempre los mismos, siempre y solo los anuncios, siempre, siempre.
Y
afuera llueve.
Ahora el retraso del tren ha subido a 25
minutos.
Son las 13.10.
Supuestamente debería llegar otro tren para
Milán a las 13.09, pero ¿dónde está? Yo no lo veo.
Estoy en el andén y estoy charlando con una
chica que tendrá más o menos mi edad y tiene una hija de siete años. Nos contamos nuestras vidas, hacían como
cuatro años que no hablabamos.
Me miro alrededor y no veo ninguno de los
trenes que debería coger para ir a trabajar, pero veo el tren que no debería
coger, que viaja en dirección opuesta, y me llevaría de vuelta a casa, y me
parece que no puedo hacer otra cosa que subir.
Cuando vuelvo al pueblo voy al supermercado
para comprarme unas cervezas, pero está cerrado, y no puedo evitar pensar “vaya
sitio de mierda no se puede coger un tren ni una puta birra tampoco”.
Finalmente encuentro una tienda abierta. El
cajero me saluda y me pregunta qué tal. Seguro que nos conocemos pero yo ni siquiera
me acuerdo como se llama.
Salgo de la tienda. Llueve.
Con dificultad cruzo la principal poblada por
monstruos de hierro y neumáticos que gruñen en la carretera empapados como tiburones com cocodrilos como
monstruos anfibios.
Son las dos y estoy de nuevo en casa. Rebusco
en mi bolso y examino las pelis que he cojido en la biblioteca.
Cuando habré acabado de escribir este post
miraré Alien.
Guido Micheli
Nessun commento:
Posta un commento