domenica 17 novembre 2013

Un día más o menos normal


Si no llevo mal la cuenta hacen tres años desde que escribí este post. Lo de que estoy seguro es que hacía un día de lluvia, como hoy. Pero no estaba en Barcelona, estaba en mi pueblo en el norte de Italia. Y no era un día de otoño, sino un día de primavera. El post original se llama Una giornata non del tutto anomala y lo podéis encontrar en este mismo blog. He aquí la versión en español de ese texto que acabo de traducir casi de un tirón. Espero que alguien la lea, y que os guste.


Me levanto más tarde de lo que habría deseado, querido, planeado. Llueve, pero no me preocupo demasiado. Voy al lavabo y como siempre, con un reflejo involuntario, se me dilatan las fosas nasales y dejo que se llenen de aquél olor, fuerte pero no demasiado, del orín cuando es oscuro como una birra belga, más cálido que una birra belga, y entumecida y pegajosa me la sacudo y no puedo evitar que alguna que otra gotita de pis acabe en los pantalones de mi pijama.
Cuando voy a la cocina a desayunar encunetro al Flaco que acaba de levantarse y mientras bebo mi té muy british (eso, mi pis era tan oscuro y tan cálido como este té, pero no me lo bebería) mientras bebo mi té muy Ceylon, el Flaco me enseña sus semillas de marijuana geneticamente seleccionadas que generarían calidades de hierbas con nombres bizarros (lastima, no me acuerdo de ninguno) y dice que podría contarle a los vecinos que la cultiba para hacerse infusiones (que se me las imaginos saldrían de un color verde que cunado mearé de ese color entonces tendré que preocuparme).
Y como cada día llega el momento de pensar en los horarios: aunque hoy la univesidad está cerrada se me ha ocurrido la malsana idea de ir a trabajar al call center; que está en Milán, a sesenta kilómetros de mi pueblo. Así que este es mi plan: cojo el tren desde Mandello a las 11.31, llego a la estación de Lecco a las 11.45, voy a la biblioteca a buscar unas pelis, me como un bocado, me fumo un puchito, y cojo el tren de las 12.59 para Milán. Me parece un plan perfecto. Aun no sé que algo no va a funcionar.
Salgo. Llueve a cántaros, llueve a mares, llueven perros y gatos.
En la estación de Mandello estámos yo, tres magrebies y dos señoras mayores. Dos viejas. Una de las dos tiene la barbilla peluda y habla por los codos. Los moros no hablan, refunfuñan. El viendo mueve los cipreses y los demás arboles enfermos que tendría que preguntar a mi amigo Faso como se llaman que él los nobres de las plantas se los sabe todos.
Llego en Lecco. Llueve.
Una vieja debajo de un pórtico me pregunta si voy hacia Calle Turati y no me lo está diciendo expresamente pero me pide que la acompañe debajo de mi paraguas, que es un paraguas que apenas me repara a mí y está doblado en todas las partes que en un paraguas se pueden imaginar dobladas (el mango, las varillas, todas...) y ahora que lo miro, para que la vieja también lo mire, me doy cuenta de que es un paraguas muy cutre que lleva los colores y el logo de un viejo partido político. Y pensado en el viejo partido político me viene a la mente una vieja canción punk que dice así: no eres de izquierdas, no eres de derechas, eres del centro, del centro comercial! Y además la vieja esa no es una de las amables y sonrientes viejitas que con mucho gusto ayudarías a cruzar una calle traficada. No, esta lleva un abrigo de piel muy pijo y su aliento tiene ese mal olor que no llega de un disturbio gastríco sino más bien de la podredumbre de su alma.
La dejo sola con sus bolsas de las compras llenas de dulces del supermercado (dentro de poco se celebra la pascua, y yo ando bajo la lluvia).
Voy a la biblioteca, me llevo unas pelis, vuelvo a la estación por otra calle para no volver a cruzarme con la vieja, me meto en el bar de los ferroviarios y ahí me siento como en casa.
Pido un bocadillo, me pillo una coca cola, me dan un vaso que está un poco calentito pero bueno... Cojo el periódico y empiezo a leer. Tres noticias:
1)El nuevo presidente de la región dice que hasta que gobernará él estará prohibida la venta de la pildora del día después. Para mí es sólo un tragasantos tocahuevos agarrado a los dógmas de la iglesia. ¡Qué agarre una botella de vino y se atragante con ella!
2)Los partidos de izquierdas piden a su líder que ponga huevos y se haga valer de una puta vez y él contesta con voz pastosa mascando su puro humedo y maloliente, con una frase algo críptica: “no nos miremos el obligo”. Bueno...
3)El líder del partido indipendentista del norte del país ha salido disfrazado de rey de la edad media, y así se ha ganado la foto en la primera pagina. Y al fin y al cabo su foto con capa e corona no pintaría mal en la pared de mi casa al lado de la foto de Sid Vicious fumandose un porro. Sería un buen contraste...
Llega mi bocadillo de jamón dulce, salsa rosa y queso. Exquisito.
Tomo el café y pago.
Bocadillo más coca cola más café salen cuatro euros con 50. Es el bar más barato que conozco, por esto voy ahí. Infelices todos aquellos que van a la fraquicia de al lado.
Infeliz yo también cuando me doy cuenta de que el tren de las 12.59 para Milán lleva 20 minutos de retraso. Voy a la sala de espera y me entero de que ahí no hay la pantalla con los horarios sino solo una pantalla que transmite anuncios publicitarios sin parar, los mismos tres anuncios repetidos a lo infinito y alguíen se queda embobado mirando la pantalla comercial y arriesgandose a perder mucho más que el tren para Milán. Empiezo a sentirme nervioso. La humedad de mis vaqueros empieza a molestarme.  Tengo que irme de la sala de espera porque no solo no hay la pantalla con los horarios sino que tampoco se escuchan los anuncios del altavoz. Solo se escuchan los atormentantes anuncios publicitarios. Siempre los mismos, siempre y solo los anuncios, siempre, siempre.
 Y afuera llueve.
Ahora el retraso del tren ha subido a 25 minutos.
Son las 13.10.
Supuestamente debería llegar otro tren para Milán a las 13.09, pero ¿dónde está? Yo no lo veo.
Estoy en el andén y estoy charlando con una chica que tendrá más o menos mi edad y tiene una hija de siete años.  Nos contamos nuestras vidas, hacían como cuatro años que no hablabamos.
Me miro alrededor y no veo ninguno de los trenes que debería coger para ir a trabajar, pero veo el tren que no debería coger, que viaja en dirección opuesta, y me llevaría de vuelta a casa, y me parece que no puedo hacer otra cosa que subir.
Cuando vuelvo al pueblo voy al supermercado para comprarme unas cervezas, pero está cerrado, y no puedo evitar pensar “vaya sitio de mierda no se puede coger un tren ni una puta birra tampoco”.
Finalmente encuentro una tienda abierta. El cajero me saluda y me pregunta qué tal. Seguro que nos conocemos pero yo ni siquiera me acuerdo como se llama.
Salgo de la tienda. Llueve.
Con dificultad cruzo la principal poblada por monstruos de hierro y neumáticos que gruñen en la carretera  empapados como tiburones com cocodrilos como monstruos anfibios.
Son las dos y estoy de nuevo en casa. Rebusco en mi bolso y examino las pelis que he cojido en la biblioteca.
Cuando habré acabado de escribir este post miraré Alien.


Guido Micheli